12 de marzo de 2008

El beneficio de la duda




El silencio se apoderó de la situación. Todos se miraban. Al encontrarse las miradas, simplemente dejaban de mirarse y sólo veían hacia otra parte. El día había sido muy agotador. Más que esto, fue verdaderamente fuera de lo normal. Era el último día que iban a estar en aquel departamento y habían dicho que iban a aprovechar el día. Y como era de esperarse, no lo hicieron. Estaban de vacaciones, pero no fueron verdaderas. Hubo mucha tensión, muchas risas y mucho aburrimiento, ya que la pereza le había ganado al espíritu inicial de pasarlo bien.
Y ahí estaban los siete muchachos. Tres estaban sentados en el sofá más grande y dos en el más pequeño, el cual carecía de belleza. Uno estaba sentado en una silla bastante incómoda, cerca del comedor. El otro estaba en una mecedora, casi inutilizable, al lado de la gran ventana que daba a la terraza del departamento.
Nadie sabía qué decir. Sus mentes estaban tan impactadas por los distintos momentos que habían vivido allí, que no había tiempo de entender lo que estaba ocurriendo ahora. De un momento a otro, Sebastián se incorporó.
-¡Quedémonos toda la noche despiertos!-dijo, sin poder evitar esbozar una sonrisa.
Algunos dieron una respuesta afirmativa moviendo la cabeza y otros dijeron sólo que sí.
-¿Y qué vamos hacer?- replicó Gustavo, quien era el menos conforme con tal idea.
-Hablar, jugar cartas, no sé- dijo Tomás.
-Hablemos- sentenció Sergio.
-¿Y de qué?- dijo Luis.
-De la vida- le respondió Simón.
-¿De la vida?- preguntó Francisco, un tanto extrañado.
Sebastián, en su mente, tenía una frase que hace mucho tiempo le surgía. A veces temía pensar aquello, pero se animó.
-Dios no existe- dijo el muchacho.
-¡Qué novedad!- dijo irónicamente Tomás.
Todos rieron. La gran mayoría eran cristianos. No les pareció algo nuevo, pues sabían de antemano que Tomás y Sebastián habían perdido la fe.
-¿Qué te hace pensar eso?- dijo Gustavo quien era muy fiel a la religión católica.
-Los mismos cristianos- respondió Sebastián.
-A mí no me convence la religión- lo secundó Tomás.
-¿Cómo no te convence?- dijo Gustavo.
-No lo sé. Simplemente no me convence.
-Igual está bien que no crea Dios- dijo Francisco.
-Yo pienso lo mismo- dijo Sebastián- Pero lo único que le exijo a la gente que no cree en Dios, es que crea en algo. En Buda, en Alá, la ciencia, la filosofía o lo que le haga más sentido, qué sé yo, pero que crea- concluyó.
Simón aún estaba pensando por qué los cristianos habían sido la razón de perder la fe de parte de Sebastián. No lograba encontrar una razón lógica a tal justificación.
-¿Cómo los cristianos?- le dijo Simón a Sebastián.
-¿Cómo los cristianos qué?- replicó este último.
-Tú habías dicho recién que no creías en Dios por los mismos cristianos. Por favor explícate.
Todos miraron a Sebastián. Siempre le habían escuchado decir que no creía en Dios, pero jamás habían escuchado el por qué. Iba a decir algo, cuando Luis se paró rápidamente.
-Espera. Voy a ir al baño- dijo el muchacho.
-Ya anda- dijo Sergio.
Esperaron dos minutos. Escucharon todo lo que hizo en el baño, pero sin quererlo, ya que el silencio que se había generado fue muy grande. Todos se reían. No podían evitarlo ya que era entretenido espiar a la gente y sólo por casualidad.
Por fin volvió. Se sentó en la mecedora e hizo un gesto para que su amigo comenzara con la explicación.
-Bueno. No creo porque los cristianos predican y predican, pero nunca practican, por eso conviene desligarse de una religión que en los seguidores carecen de consecuencia (Falacia ad hominem).
-Dos cosas Seba- dijo Gustavo muy seguro- Lo primero es que sí, es verdad lo que dices. Pero lo segundo es que no todos los cristianos son así.
-Pero prefiero, como dice aquel proverbio checoslovaco, enseñarle a pescar a un pobre que darle el pescado servido en un plato- dijo Sebastián.
Sergio lo miró extrañado. No podía creer lo que acaba de decir su amigo.
-¡Idiota!- le gritó Sergio- Es un proverbio chino. No checoslovaco.
Todos rieron de buena gana. Se hizo un silencio. Se sentía la frescura de la noche. Luis pensó algo.
-Pero no todos los cristianos somos así- insistió Luis, reafirmando tal idea.
-Pero igual- dijo Sebastián sin dar su brazo a torcer.
-¡Qué eres “durazno”!- dijo Simón.
-¿Durazno?- dijo Francisco algo confundido.
-Duro, obstinado, terco, porfiado- dijo Simón.
Todos miraron a Simón. Pasaron unos segundos.
-¡Ah!- exclamó Luis, que tampoco había entendido.
Todos se rieron de él. Luis era el más lento para entender las cosas, pero no por eso, menos inteligente. Él sabía decir las cosas, mas, a veces, no las decía a tiempo, lo cual siempre lo dejaba en vergüenza, como ahora.
-Pero Seba, aunque no lo creas, al final todos terminan creyendo en Dios. Aunque ahora lo niegues, lo más seguro es que vuelvas a creer- dijo Gustavo- Y tú también Tomás.
-No lo sé- dijo Sebastián- No me cierro a aquella opción.
-Pero hay gente que se fanatiza con esta cuestión de la religión- dijo Tomás algo preocupado.
-¿Cómo quienes?- preguntó Sergio.
-Los testigos de Jehová- dijo Francisco.
-¿Por qué?- preguntó Luis.
-Porque dicen que todos nos podremos salvar de la destrucción, del Apocalipsis gracias a Jehová. Y además cuando te pillan en la calle, no te sueltan nunca. Te dicen que leas La Biblia, que ahí está todo. Que ahí está la palabra de Jehová- dijo Sebastián casi sin aire.
-Es verdad- dijo Tomás, apoyando lo que decía el otro.
Luis, Simón y Francisco se reían levemente mientras escuchaban lo que decía su amigo. No comprendían tal fanatismo. Sebastián al percatarse de esto, los miró algo asombrado y dijo:
-Además, la otra vez escuché a un testigo de Jehová diciendo que toda, pero todas las enfermedades que afectaban al ser humano: el cáncer, la depresión, el resfrío aun, etc. eran causadas porque la gente no creía en Dios.
-¡Ya! ¿En serio?- dijo Gustavo atónito- O sea que ellos dicen firmemente que porque no creo en Dios, me enfermo (Falacia Post hoc...)- continuó- ¿En realidad dicen eso?- dijo esto último riéndose.
-Sí-dijo Tomás.
-¿No será mucho?- dijo Luis con un sonrisa en la cara.
-Es que están fanatizados con el asunto de la religión- concluyó Francisco.

Simón no podía evitar reírse. Él, a pesar de ser un científico empedernido, creía en Dios, pero no podía impedir tal blasfemia acerca de las enfermedades que afectan al ser humano.

-Pero si Dios existiera o no- dijo Sebastián- Siempre habrá enfermedades.
-Otra vez con lo mismo- dijo Gustavo un tanto ofuscado.
-¿Qué pasa?-preguntó extrañado Francisco.
Éste era el humanista por excelencia y era el que más se daba cuenta de la intolerancia que se podía presentar en una conversación entre amigos. Siempre estaba atento a ello. Trataba de no perder nunca el hilo de la conversación, pero cuando lo perdía, se frustraba.
-Es que otra vez dice que Dios no existe- replicó Gustavo.
-Pero demuéstrame lo contrario- dijo Sebastián enojado.
-Eh…
-¡Viste! No me lo puedes comprobar, entonces Dios no existe. (Falacia ad ignorantia)-dijo Sebastián.
-Pero si lo piensas bien- dijo Luis – El Gustavo te podría pedir lo mismo y tú también no podrías responder- remató oportunamente.
-Es un salto de fe- dijo Simón.
-Y nosotros cinco ya lo hemos dado- dijo Gustavo apuntando a sus amigos creyentes.
-Está bien. Lo reconozco- dijo el joven porfiado.

Sergio, que trataba siempre de conciliar los ánimos por medio de la palabra, trataba de formular en su mente la frase correcta para poder establecer un equilibrio entre ambas partes.
Eran las 2:45 de la madrugada y hacía frío. Le pidieron a Luis que cerrara la ventana para que no entrara el viento helado, pero en realidad era una excusa para que los vecinos no los escucharan filosofar. Éste se paró de la silla, corrió la ventana y se volvió a sentar en la mecedora. Cuando hizo esto, el viejo asiento cedió ante la presión. Un par de patas se quebraron, mientras que el cuerpo de Luis chocando con el piso, hizo temblar el departamento entero. Esta vez fueron las carcajadas de los muchachos las que opacaron el silencio nocturno.

Eran las 3 de la mañana, cuando a Sergio se le ocurrió la frase. En esos momentos él era el dueño del departamento, aunque en realidad éste, era del abuelo del primo de su tío. Desde el primer día que le pidió a todos a sus amigos que no le preguntaran de quién era el apartamento, debido a las sinfín de explicaciones que tendría que dar, para proporcionar la respuesta esperada. Infló el pecho.

-Dios no existe, pero existe- finalmente dijo Sergio.
-Que manera de filosofar- contestó Luis.
-¿Filosofar? ¿Yo?- dijo Sergio- Nunca.
-Que mentira- dijo Gustavo- Tú meditas más que todos nosotros juntos.
-Es verdad- dijo Francisco, mientras todos reían, menos Sergio.

Simón, quien era el más cercano a Sergio rió también, pero se dio cuenta que esto le molestaba a su amigo.

-¡Silencio!-dijo- No se rían de él. Acuérdense que él nos invitó, así que si él quiere nos puede echar de aquí- sentenció. (Falacia ad baculum)
-Cómo nos va echar Simón- dijo Tomás- No te pongas cabrón.

Todos rieron de buena gana, incluso Simón, a quien le había costado mucho empezar a reírse de sí mismo.

Tomás era el que hacía reír en este grupo de amigos. Todo chiste, toda broma y toda risa partían de él. Era una persona muy transparente y muy racional y por lo mismo no era capaz de creer en Dios. Todos lo querían. Ninguno de ellos podía negar el gran aporte que él hacía al grupo.

Eran ya las 4 de la mañana. El que más tenía sueño era Gustavo. En cambio todos los demás estaban con las pilas cargadas.

-¿Vámonos a acostar?- dijo Gustavo.
-¡No!- gritaron todos los demás.
-Bueno, estamos en democracia- dijo resignado.
-A propósito de democracia- dijo Francisco -¿Alguien va a votar?- preguntó.
-¡Qué salto temático!- vociferó Luis.
-Increíble-dijo Simón.

Se hizo una pausa.

-Yo no- dijo Tomás, respondiendo la pregunta de su amigo.
-Yo tampoco- dijo Sebastián.
-¿Por qué no?- rebatió Gustavo- Sí las votaciones son el principal instrumento para poder hacer valer aquella democracia que tanto exiges. Yo sí votaré.
- Yo no voy a votar porque ningún joven lo hace y además es la costumbre acá en Chile ¿No? (Falacia ad verecundiam)
-La verdad es que te creía más inteligente para que me respondieras eso- dijo Gustavo.

Sebastián era el que tenía mayor credibilidad y poder sobre aquel grupo. De hecho la gran gama de actividades que hicieron en la playa pasaron por el juicio crítico de Sebastián. Si decía que no, a veces, no se hizo.

-La política es la base para que una sociedad entre en acuerdo- continuó Gustavo.
-Pero con la política actual- hizo una pausa- Deberíamos desterrar a todos los políticos de nuestro país ¿Mejoraría nuestra sociedad? (Falacia ad populum)-dijo Sebastián.

El gran arrastre que tenía Sebastián hizo que algunos dijeran que sí, pero no fue la gran mayoría.

-Yo creo que nosotros somos los idiotas que dejamos que ellos lleguen al poder- dijo Tomás.
-A lo mejor tienes razón- dijo Simón.
-Yo creo que es eso- dijo Luis.
-Tal vez- dijo Francisco.
-No sé en realidad. Vamos a tener que quedarnos con la incertidumbre de un futuro y una verdad que no conocemos- dijo Sebastián.
Todos dijeron que sí.
-De hecho hay una teoría acerca de eso- dijo Simón.

Pasaron sólo segundos desde que Simón dijo esto, cuando Sebastián vio que Gustavo estaba dormido en el sillón.

-¡Gustavo!- le gritó- Despierta. Acuérdate que nos vamos a quedar despiertos toda la noche.
Gustavo se despertó un poco enojado, pero sólo sonrió.
-Juguemos cartas- dijo Sergio.
-Hasta el mediodía- dijo Sebastián.

Eran las 5 de la madrugada y nadie se opuso a tal idea.

Por fin este grupo diverso y disfuncional de amigos había llegado a un acuerdo.

Pero el ser humano, de idealista, tiene las puras ganas, porque desde las 6:30 de la madrugada uno a uno comenzó a caer en un profundo sueño. La escena era divertida. Siete muchachos, unas vacaciones extrañas y aburridas y una conversación filosófica que los había entretenido más que toda la semana, cuestionándose la vida en una gran revolución del pensamiento y ahora como simples pensadores que caían fácilmente en los brazos de Morfeo.

Después nunca se acordarían si fue real tal tertulia y sólo tendrían, en el futuro, el beneficio de la duda.


Autor: Gonzalo Maruri Velásquez
IIIºMA.
Profesora: Valentina Carrozzi R.
Fecha: 11/03/08.

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