30 de noviembre de 2008

“Conversación azarosa”

“…Y es por eso que en el transcurso de mi vida como observador de seres naturales y vivos, he llegado a la apasionante conclusión de que las especies no experimentan cambios a lo largo de su historia. Es decir, son fijas e invariables a pesar de su devenir ontogénico, siendo una catástrofe -que se produce cada ciertas épocas- el sepulcro de las actuales especies. Pero a la vez generadora de las nuevas, siendo éstas las que admiramos día a día en nuestro vivir cotidiano”.
-¡Bah! Puras bobadas – dijo Aristóteles manoseando su barba, luego de haber leído uno de los tantos apuntes de George Cuvier, que desamparados y desolados dormían en su biblioteca, cubiertos de una gruesa capa de polvo.
Un poco impactado por estos escritos fijistas se levantó de la silla mecedora en la cual reposaba y se dirigió a su cocina para preparar uno de los brebajes que más lo avivaba, su rico mate como el lo denominaba. Primero tomó la yerba mate y la olió, describiendo su sabor y textura solo con su enorme sonrisa. En seguida, la introdujo en un recipiente que al parecer estaba hecho de un fino metal y que en una de sus seis caras estaba grabado “Feria Santa Lucía”. Le agregó agua, pero de repente se percató de que la bombilla no estaba por ningún lado. En esto se dijo a si mismo.
-¡Rayos! ¿No que la había dejado encima de la mesita de arrimo?
Sin más palabras dio vuelta la habitación en donde se encontraba, pero al no haber tenido éxito en su colosal búsqueda se posó en el canasto de la ropa limpia, que contenía una serie de túnicas de variados colores. Derrotado, hizo memoria para recordar dónde era que había dejado aquella bombilla.
Al pasar un rato, gritó:
- ¡En el tocadiscos! Si, ahí debe estar.
Y sin más rodeos corrió hacia la sala donde se encontraba este aparato, evitando que su larga túnica despedazara los pequeños adornos y retratos familiares que estaban situados en las paredes de los pasillos de su casa.
Una vez allá, abrió cada uno de los cajones, de cada uno de los muebles de la habitación. Pero a pesar de los grandes esfuerzos gastados en su pesquisa no puedo hallar nada.
Nuevamente derrotado y desesperanzado se sentó en un banquito que estaba frente al tocadiscos, mirando fijamente en dirección al aparato, un tanto desconsolado. Luego de esto percibió que había un cajón, uno pequeño, el cual no había sido abierto en su calurosa búsqueda, pero que demandaba toda su atención y pedía a gritos ser abierto.
Rápidamente lo abrió, pero lo hizo tan bruscamente que todo el cajón salió disparado hacia atrás, cayéndose y esparciéndose inevitablemente, todo su contenido al piso.
- ¿Qué es todo esto? – se preguntaba Aristóteles. Al parecer no lo recordaba. Aquel momento fue como abrir el baúl de la abuela. Una serie recuerdos se cruzaron fugazmente por la cabeza de Aristóteles; fotos, adornitos, discos, residuos de frutas y hasta la bombilla perdida, se encontraban desparramados por todo el suelo de la habitación.
Los ojos de Aristóteles se alumbraban cada vez más cuando iba tomando cosa por cosa para dejarlas nuevamente en el cajón. Pero lejos lo que más lo sorprendió fueron los discos, vinilos que alguna vez había escuchado en su juventud y que hace algún rato se encontraban sepultados en aquel cajón, pero que ahora lo único que deseaba era escucharlos nuevamente y dejar que aquellas melodías volvieran una vez más a pararle los pelos de punta.
Uno por uno los iba tomando y dejando en un estante, y mientras tanto iba diciendo:
- ¡No puedes ser!, pero si no es “Kina of Blue” de Miles Davis, que buen jazz – Decía con gran entusiasmo mientras lo dejaba sobre el estante y continuaba escarbando y descubriendo discos y más discos, sin saber por cual comenzar a escuchar.
- ¡Jimi Hendrix! ¡Wow! si no es el “The Experience” Que alocado fui en mi juventud.- Recordaba y se reía en plenitud, Aristóteles.
Pero había un disco, que le llamó la especialmente atención a nuestro filósofo y lo atrajo de una forma muy singular. Éste, en su tapa decía: “Compilado Musical”. Espontáneamente tuvo la impresión de no haberlo escuchado nunca y al ser el vencedor en la competencia por el tocadiscos de todos los demás vinilos. Lo comenzó a reproducir.
De él se escuchaban excelentes temas, de emblemáticos grupos y solistas, de distintas épocas y estilos como: The Beatles, Parliament and Funkadelic, Creedence and Clearwater Revival, Congreso, Wes Montgomery, Mercedes Sosa, Frank Sinatra, Reinhardt Django, Los Jaivas, Louis Armstrong, Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui y The Doors. De todos estos artistas logró identificar al menos una canción, pero hubo una, la cual no logró reconocer, pero que hizo florecer en él, algo raro, algo satisfactorio, algo incomprensible. Su letra provocó en especial gran conmoción en Aristóteles, así que con entereza y muy firme decidió escucharla nuevamente.
Se veía algo extraño y se sentía muy atraído hacia aquella canción, no sabía qué sucedía dentro de él y trataba de interpretarlo, pero le era imposible. Aquel tejido emocional no era algo perverso ni nada por el estilo, sino que por el contrario era algo fuerte, entusiasta, pero inquietantemente extraño a la vez.
Tomó la agujeta del tocadiscos y la colocó en la zona donde comenzaba la tonadilla. Y así ésta comenzó a sonar nuevamente. Ya una vez acabada la canción, recordó, al ver la bombilla perdida, el rico sabor de su brebaje preferido. Fue por esto que guardó y ordenó todo y partió hacia la cocina dando pasitos de baile mientras recordaba la canción y su letra que decía algo así como: “…nada es más simple, no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma”.
- Tara ta ta, cada uno da lo que recibe… – Pronunciaba con ritmo Aristóteles.- Que buena música es ésta aunque me encantaría saber quién la compuso.
Una vez ya saboreando su rico mate en el antejardín de su casa, ubicada en el antiguo barrio de San diego en Santiago, por ahí cerca del viejo teatro Caupolicán. Admiraba la belleza del paisaje y tarareaba interminablemente la canción escuchada hace un rato.
La repetía y la repetía, pero en un momento dado, algo le hizo chispa en su cabeza. Era una parte de la canción, la que decía afinadamente: “…Todo se transforma”.
Tiempo atrás, Aristóteles, había postulado su teoría de las cuatro causas y de la sustancia y con esta explicaba el cambio, la transformación, el movimiento, la péridia o el surgimiento de los sistemas naturales. Sabiendo que para él la sustancia -compuesta de materia y forma- es la verdadera realidad y es ésta la que está sometida por naturaleza, a un constante y permanente cambio. Pero a pesar de todo esto, deja abierto el debate sobre una realidad objetiva, postulando que el cambio de todo y cada una de las cosas, objetos y seres naturales, es una variable de inestabilidad para la comprensión de una cierta realidad objetiva.
- Bonita e inteligente canción. – Exclamó el filósofo – Pero creo que este compositor no se guió por el deseo de comprender y definir una verdadera realidad. Me encantaría preguntarle cómo desea él encontrar una realidad verdadera, basándose en su obra.
Todo esto navegaba a cada instante en la cabeza de de Aristóteles hasta que un día leyó en un periódico cultural, que el día viernes 30 de Mayo del presente año a las 20:30 Hrs. Se presentaría en el teatro Caupolicán, el compositor uruguayo, Jorge Drexler, creador del gran éxito: “Todo se transforma”, canción que tanto alboroto había provocado en Aristóteles.


La tarde del viernes, Aristóteles, había asistido al concierto dado por Drexler, pero solo deseaba una cosa, quería platicar con el compositor a cerca de esta duda que había quedado estancada en Aristóteles. Todo esto acerca de la realidad, pero más que esto, buscaba dialogar con él sobre algunas concepciones del cambio que eran expresadas en la canción y que para Aristóteles no estaban correctas o no eran de su comodidad.

Terminado el concierto, nuestro filósofo se dirigió a un local colindante al teatro con el fin de poder tomar un café. Estando ahí, se acercó un sujeto muy particular a la mesa en donde Aristóteles disfrutaba su café, éste llevaba una guitarra enfundada al hombro y un café en la mano. Al parecer buscaba una mesa en donde sentarse; fue en ese instante en que Aristóteles reconoció la figura de aquel hombre. Era Jorge, Jorge Drexler, el compositor.
- Por favor no tengo problema de que se siente en esta mesa conmigo – le sonrió el filósofo.
- Muchas Gracias – contestó el músico haciendo una especie de reverencia.
- Que bien toca usted la guitarra – dijo Aristóteles, con el deseo de entablar una conversación.
- ¿Asistió usted al concierto? – preguntó un tanto excitado el uruguayo.
- Si, así es estuve allí hace un rato y luego decidí tomar un café. Y me es un placer poder conocerlo. – exclamó humildemente el griego.
- Que gusto conocer gente como usted.
- Gracias – respondió Aristóteles.
- Y ¿que tal? ¿Fue de su agrado mi música? – preguntó expectante, Drexler.
- La verdad es que me gustó bastante e incluso… (Fue en este momento cuando Aristóteles relató todo lo sucedido los días anteriores al concierto).
- Sinceramente le digo que me sorprende toda esta coincidencia. – Comentó muy impactado y sorprendido a la vez el músico- ¿Será tal vez una broma? ¿Quizás este sea un fanático? – se preguntaba a si mismo de una forma muy enigmática.
- No pienses mal – dijo Aristóteles – Solo deseo platicar contigo a cerca de unas cuantas ideas que planteas en una de tus canciones.
- ¿En cuál? – preguntó.
- En la que dice algo así como: “…nada se pierde, todo se transforma”. – cantó rítmicamente el filósofo.
- Si, si que ese es unos de mis éxitos y además su letra es tan certera, son cosas que he ido aprendiendo, las cuales la vida me ha enseñado. – exclamó orgulloso el uruguayo.
- No tan certera diría yo. – Propuso el griego – Es precisamente por eso, que me gustaría hablar contigo.
- ¿De qué se trata todo esto? – preguntó el cantautor.
Por un momento, un silencio absoluto consumió toda la escena. Y luego de esto Aristóteles preguntó:
- ¿Crees tú, que algún día podremos llegar como humanidad, a la compresnción, entendimiento o conocimiento de la realidad, nuestra realidad, en un sentido estrictamente objetivo?
- Bueno, con tanto avance tal vez sea probable que en cierto modo lo logremos, pero que aburrido sería. – Dijo pacientemente, Drexler y agregó- ¿Qué más nos quedaría?
- No digas tonterías, sería algo fascinante. – exclamó Aristóteles.
- Para mi no sería algo fascinante, de hecho mi música no tendría valor alguno – dijo el músico.- Que monótono sería todo; que poco aventurero y expectante sería vivir, me suena como flotar en una en el agua.
- Bueno, es esto precisamente de lo que te quiero hablar. Creo que tu noción de cambio esta algo errada ya que como lo propuse alguna vez, el cambio está dado y es provocado por factores externos al sistema natural u objeto. Dicho de otro modo, son variables exteriores al sistema las que provocan directamente, un cierto tipo de transformaciones en él ya sean sustanciales o accidentales. Es algo así como causa-efecto. Y es más, creo que tu canción posee esta equivocación dentro de su letra y no me suena más que una serie de hechos diferentes independientes del hilo conductor de tu canción. ¿Comprendes?
- Comprendo claramente, pero creo que acá entramos en discusión. La música en mi vida se ha complementado muy bien con mis estudios sobre la episteme, cosa por la cual siento un gran cariño tal vez paralelo a mí vivir con la música y mi profesión de médico. Es a lo largo de mi vida, que he sabido comprender y arraigar diversos conocimientos y experiencias sobre esto del cambio que tu muy confiado planteas.
- ¿Cosas como que nada se pierde? O que ¿Nada se destruye? O que acaso ¿Todo se conserva? – preguntaba insistentemente Aristóteles con un tono levemente jocoso.
- Pues sí, algo como así y es más he podido aprender que no toda causa provoca necesariamente un efecto unidireccional como lo planteas tú. Y que además no es necesario seguir una metodología estricta de causas como también lo postulas. – expresó Jorge de una forma muy tranquila, no confiada, pero si pasiva evitando llevar tal gustosa discusión a otro plano.
- Me suena bastante raro escuchar que el medio como causa externa, no determine ni efectúe cambios o no provoque efectos en los sistemas. Y me encantaría que me pudieses ejemplificar esto. – exclamó, el gran filósofo.
- ¿Tienes fósforos que me prestes? – dijo el músico como queriendo cambiar el rumbo de la plática.
- Si, creo que tengo – exclamó Aristóteles, pero para sus adentros se extrañó demasiado ya que intuyó que Jorge deseaba evadir la conversación, frente a la propuesta hecha por él.
- Toma aquí están – y Aristóteles se los entregó.
- Gracias – respondió afectuosamente el cantautor.
Fue en aquel momento que, Drexler, un tomó fósforo y lo encendió. Luego sacó de su bolsillo una antigua boleta de papel y la puso sobre el fósforo que estaba ya en combustión.
- ¿Qué sucede con la boleta? – le preguntó Drexler a Aristóteles.
- Se quema obviamente, estamos en presencia de un cambio sustancial. – dijo casi mecánicamente el filósofo.
- En eso estamos de acuerdo. Ahora bien, ¿Qué pasa si en vez de exponer al fuego una boleta pongo esta cuchara de metal con que estoy tomando mi café? – cuestionó Drexler.
- Lo más probable es que solo se caliente – dijo Aristóteles.
- Y ¿Por qué no se quema al igual que la boleta? – preguntó el músico.
- Porque el fuego, entendiéndolo como una causa exterior, provoca otro tipo de cambio en la cuchara tal vez no sustancial si no que accidental, un cambio distinto al de la boleta. – propuso el griego.
- Creo que en eso último somos del mismo equipo, pero creo que en lo primero te equivocas. Tienes razón al decir que el exterior es un actor principal en todo esto del cambio, pero no es éste precisamente el que provoca cambios o efectos unidireccionales y directos en el sistema, entendiéndose este último como objeto o ser natural, etc.
Producto de las interacciones de estos sistemas con el exterior, es que el medio, participa, interviene, gatilla cambios que son determinados o especificados por la estructura del sistema, que muy bien se le pueden llamar perturbaciones. Entendiendo al medio como gatillador no como provocador o efector de cambios en el sistema.
- Jajá jajá – rió Aristóteles irónicamente – nunca había oído semejante barbaridad. Que la causa exterior no siempre provoca el efecto, jajaja que bobadas. Cómo es que osas a tratar de rebatir mis concepciones sobre el cambio y por consiguiente, mis conclusiones sobre lo que es la realidad.
- Nosotros los hombres, los animales racionales, nos creemos la guinda de la torta. Decimos que todo funciona de manera independiente a nosotros como si estuviésemos sentados en un lugar privilegiado comiendo “pop corns” mientras observamos el fluir de la realidad. Eso si que lo encuentro una bobada.
Tomó, Aristóteles, un sorbo de su café, echando de menos el rico sabor de su “matecito” y respiró profundamente. Lo mismo hizo Drexler siempre con el fin de no llevar a otro plano aquel entretenido debate.
- Es muy innovador aquella concepción del cambio que se tiene hoy en día, pero recuerda que por lo mismo condenaron a muerte a no se cuantos. Pero bien, y en cuanto a tu canción, ¿Qué hay? – Exclamó Aristóteles – No me saldrás nuevamente con el cuento de que esta vez no fueron factores externos los que provocaron el cambio. Tu canción lo dice textualmente.
- Es tal vez muy fácil equivocarse, pero es completamente lo mismo. Nuestro mundo está en un fluir permanente, en donde cada sujeto posee una historia de interacciones personales con el medio y con sus semejantes. Son estas interacciones, causantes de algunas cosas y a la vez efectos de otras, es decir, hay veces que el interactuar, el vivir de cada sujeto o el operar de los sistemas naturales se intersecan gatillando cambios en otros. Precisamente mi canción trata de esa participación de los distintos sistemas sobre un mismo hilo conductor que los une. O de una manera más simple, trata de esos distintos significados que dan los distintos sujetos a un objeto en especial cosa que sí participa en la generación del cambio.
- Creo que concibes mal todo esto del fluir y del cambio, debes saber que todo el cambio se explica fundamentalmente en cuatro causas que a la vez se subdividen en dos dominios, las extrínsecas que son las que hacen posible el cambio des de afuera del sistema, estas son: la causa eficiente que hace referencia al iniciador del cambio y la causa final que es la encargada de dirigir u orientar la trayectoria de un proceso particular. Por otro lado están las intrínsecas que se definen como las que posibilitan el cambio desde el interior de la sustancia, estas son: la causa formal que se puede definir como “lo que hace que una cosa sea lo que es” y la causa material que es aquello de lo cual la cosa está hecha.
- Me parece completamente fascinante todo esto que dices y se que tal vez nunca lleguemos a un acuerdo. Pero ¿De qué sirve todo esto en ti? – exclamó Jorge.
- Que pragmático hombre – balbuceó Aristóteles con gesto altanero.
- No me refiero al un sentido de utilidad compañero sino que deseo que te des cuenta de que por más que anheles encontrar una realidad objetiva no lo lograrás.
- ¿Con qué propiedad dices eso? – dijo Aristóteles casi gritando, atrayendo la mirada de todos los cercanos a su mesa. Todos se preguntaban cuál era el tema de aquella azarosa conversación, al parecer es algo muy interesante y caluroso a la vez, se decían unos a otros.
- Ya veo que aún no te percatas de que según tú, eres participe, de una realidad omnipotente e independiente de la que viven los demás sistemas naturales. Creyendo de que como observador todo lo puedes observar y que nada te influye a ti. Siendo que es todo lo contrario – dijo con firmeza el cantante uruguayo.
- Definitivamente no sabes lo que dices, tal vez es porque eres un jovencito aún, por lo menos más que yo, un viejo lleno de experiencia y que sabe y piensa lo que dice.
- Tú eres participe de una misma realidad a la cual todos pertenecemos y distintos factores te afectan tanto a ti como a los demás seres naturales.
- ¡Bah! Ya calla mejor será, que así no vale la pena debatir – propuso el filósofo y dio el último sorbo que le quedaba de café.
Luego de lo acontecido, un silencio perturbador corrió por los alrededores del lugar donde ambos se situaban, era uno de esos silencios en que nadie se atreve si quiera a emitir una sola palabra. Cuando de repente llega al lugar un joven con una guitarra, esta vez sin la funda, se la cuelga y comienza a arpegiar una serie de notas y acordes que formaron una melodía muy especial la cual fue perfectamente reconocible por ambos. Efectivamente era la canción, esa que decía así como: “…nada es más simple, no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma”. Al escucharla y sentir como penetraba nuestros oídos, sentíamos como se impregnaba lentamente por cada rincón de nuestra cabeza. Ambos interpretamos lo que quisimos y ambos nos entregamos una sonrisa. Luego de esto él se paró, pagó su café y se retiró haciéndome una cortés referencia en señal de agradecimiento por la conversación. Yo, sentado aún, con mi guitarra y el café solo me lamentaba una cosa.
Nunca supe su nombre.

Vicente Aravena Salazar 3º Medio C