12 de marzo de 2008

Canyengue de los Dados (historia falaz)

(Rodrigo Muñoz)


Y a la mitad de una caminata nocturna (de esas que se emprenden para buscar problemas) di con la cantina de Don Néstor.

Las paredes de latón pintarrajeado de verde guardaban el olor a tango y la humedad corrosiva que venía del riachuelo se colaba por los canceles; con clavos oxidados seguían pegados los carteles de Alfredo Palacios, en señal de victoria. Se estaba bien en esta casucha, que recibía por cariño de sus más asiduos concurrentes el mote de “la Academia”.

Entré a tientas a la Academia, abriéndome paso entre las sombras de kerosén; tomé asiento en una mesa apoyada junto a la ventana. Estaba frente a un mesón grande que tapaba en parte la puerta de la cocina, en donde 4 hombres parecían discutir acaloradamente, y aunque desde la vitrola Villoldo cruzaba de punta a punta el corredor con su vozarrón; lograba agarrarles bastante bien las palabras.

Oí claramente que el más erguido y corpulento le decía al más joven:

- Es que se trata de mesura hombre – a lo que el gabacho (italianaje puro) respondía

- Yo te digo lo que es mesura José, mesura es comer como estamos comiendo. Si hace dos semanas que ni la coronta vemos del choclo. Yo digo que agarremos la seisluces y nos vamos al bardo nomás. Entrar es lo más fácil, hay que darle un buen tute a la chapa y le ponemos entre todos: ¡paf, paf, paf!: el Negro y sus amigos a la quinta del ñato.

En ese momento todos en la Academia misteriosamente callaron (hasta Ángel que terminaba de cantar su versión más popular de “Cuidado con los 50”), durante esos segundos eternos de silencio, mis ojos se encontraron de frente con el par de vidrios de uno de los cuatro, que no era ninguno de los que había hablado. Me miró con sigilo, reconociéndome con curiosidad, como queriendo llamar mi atención; era joven también, aunque su postura era extraña y también su semblante. De pronto en un rápido espasmo profirió una risa ensordecedora que bien podría el lector haber dicho que era de bestia, si la hubiese escuchado.

El único al que no había oído hablar se sacó la mano de la barbilla, como asomándose a la superficie después de una larga inmersión en si mismo; sin vacilar golpeó la mesa – ¡Cállate Ernesto!, pedazo de retardado – gritó con violencia.

- ¿Por qué? – replicó balbuceando entre risas Ernesto

- Porque si no te callas te saco la garganta (1) – dijo haciendo el amague de desenvainar la cuchilla; y como si este episodio le hubiese servido de introducción continuó hablando, ésta vez, dirigiéndose a los otros dos – Yo creo que Paolo apunta a algo muy cierto; desde que el Negro Estévez se instaló de bagayero en el tema de los fuegos que andamos más que cortos de biyuya. Resulta lógico pensar que él es el responsable de nuestra merma (2), ¿no crees tú? – Paolo (el más joven) esbozaba una sonrisa que dejaba a relucir unos incisivos como de perro.

- El otro día escuché en la radio – respondió el interpelado con diplomacia – que Don Alfredo quería dar facilidades para legalizar los negocios de armas. Imagínate Javier, si pudiésemos vender en la legal, ¡se acabarían nuestros problemas!, después de todo, ¿quién quiere embagayarse con disqueros de tercera clase?, con el trámite armado, el Negro Estévez se va a la quiebra y nos deja de joder la murta. El único problema es que hay que conseguirse unos papeles, nada que con betún no salga; Don Alfredo dijo que el trámite era rápido. –

- Ese bolche de Alfredo no sabe nada de nada y vos sos también un angelito José, por creerle a un comunacho (3). No voy a venir a contarte yo como se mueven las cosas en la Boca, aquí va todo de bagaya en bagaya; el que manda aquí es el bacán que mueve la biyuya, hasta hace poco en tema de chiches éramos nosotros los que la movíamos. Se nos instala después este Negro aparecido que sepa Dios de donde saca amigos, nos acapara los pájaros y luego no vendemos ni el olor a plomo. Nos tenemos que boletear de una vez a este pibe, ¿sino que van a manyar el pobre Josecito y tu china? (4) No hay porque dilatar más el trámite querido.

- No te olvides de que el que anda de capo soy yo Javier, y que te llevo más de diez carnavales, si yo digo que el Negro Estévez amanece vivo mañana, como que estamos en Abril que amanece vivo mañana (5). Además, no tengo ningún interés en meternos en entreveros con la Policía, en una de esas terminamos todos en capacha – discutían los dos sin perder el dominio de si mismos, mientras yo le rezaba a todos los santos para que José no cambiara su postura frente al debate – Y además, no podés demostrar que el Negro Estévez es el culpable de que hayamos vendido menos; yo creo que no tiene nada que ver (6).

- Mira José, una cosa es vender menos, y otra muy distinta es tener intactos los 20 chiches que compramos en febrero – saltó a ladrar Paolo – y por último si tu no vas, mejor para nosotros, afanamos lo que pillemos y encima hacemos el astiyado entre tres, ¿qué te parece? – dijo en tono de amenaza. José se miró los zapatos y suspiró como quien acepta después de tanta insistencia, comprarle un dulce a un niño.

- Vamos entonces, pero el astiyado se hace entre cinco.

- ¿Nosotros cuatro y quien más? – preguntó intrigado Javier

- Nosotros cuatro y la mujer del fiambre… que pregunta – dictó José con autoridad.

Pidieron con presteza la dolorosa a Don Néstor, quien indiferente a los crímenes que se urdían en su arrabal todas las noches, les pasó la cuenta. Ernesto reía despacio de tanto en tanto, como ahogándose.

Cuando se fueron los cuatro se escuchaba “el Choclo”, también de Villoldo. Pensé en mi madre que lo tocaba en el piano, mi madre. Mañana se despertaría temprano como siempre y bajaría a buscar el correo a la entrada del conventillo; entonces encontraría un sobre cerrado, al abrirlo un fajo de billetes, la quinta parte de la biyuya que deben de haber encontrado los cuatro en el refugio de mi padre, donde pasaba más tiempo que en nuestra casa.

Me los imagino ahora, Paolo con su furia de tano pegando los primeros tiros, el desorden, la sangre y Andrés Estévez que sale del sórdido barrial buscando por fin el cielo.

GLOSARIO DE TÉRMINOS

Afanar: Robar

Alfredo Palacios: Primer diputado socialista en América Latina, representante del barrio de la Boca. Electo en marzo de 1904, en Buenos Aires.

Al bardo: Improvisadamente

Ángel Villoldo: Uno de los pioneros del Tango macho, fallecido en 1919

Astiyado: Reparto del botín de un robo.

Bacán: Adinerado, astuto.

Bagaya: Estafa

Betún: Soborno

Biyuya: Dinero

Boletear: Matar

Capo: Jefe de un grupo

Carnavales: Sinónimo de años.

Chiche: Revólver

China: Pareja en el baile y en el amor

Conventillo: Casas de precaria estabilidad que se montaban sobre pilotes. Populares en los barrios proletarios de Buenos Aires, fueron las primeras moradas de muchos inmigrantes.

Embagayarse: Meterse en una estafa, verse estafado.

Entrevero: Lío, problema.

Disquero: Fanfarrón

Dolorosa: La cuenta en un restaurante.

La quinta del ñato: Cementerio

Manyar: Comer

Seisluces: Pistola

Vidrios: Ojos

FALACIAS EMPLEADAS


1.- Falacia Ad baculum

2.- Falacia Post hoc

3.- Falacia Ad hominem

4.- Falacia Ad populum

5.- Falacia Ad verecundiam

6.- Falacia por ignorancia

1 comentario:

ValentinaCArrozzi dijo...

Rodrigo:

Este trabajo es precioso y delicado... Sólo puedo decir 2gracias".