Para Platón, conocer es recordar... ¿Qué es conocer para Aristóteles?
Texto 1.
Metafísica de Aristóteles
Metafísica, Libro I, cap. I.
Los grados del conocer
Todos los hombres
tienen naturalmente el deseo de saber. El placer que nos causa las percepciones
de nuestros sentidos es una prueba de esta verdad. Nos agradan por sí mismas,
independientemente de su utilidad, sobre todo las de la vista. En efecto, no sólo
cuando tenemos intención de obrar, sino hasta cuando ningún objeto práctico nos
proponemos, preferimos, por decirlo así, el conocimiento visible a todos los
demás conocimientos que nos dan los demás sentidos. Y la razón es que la vista,
mejor que los otros sentidos, nos da a conocer los objetos, y nos descubre
entre ellos gran número de diferencias.
Los animales
reciben de la naturaleza la facultad de conocer por los sentidos. Pero este
conocimiento en unos no produce la memoria; al paso que en otros la produce. Y
así los primeros son simplemente inteligentes; y los otros son más capaces de
aprender que los que no tienen la facultad de acordarse. La inteligencia, sin
la capacidad de aprender, es patrimonio de los que no tienen la facultad de
percibir los sonidos, por ejemplo, la abeja y los demás animales que puedan
hallarse en el mismo caso. La capacidad de aprender se encuentra en todos
aquellos que reúnen a la memoria el sentido del oído. Mientras que los demás
animales viven reducidos a las impresiones sensibles o a los recuerdos, y
apenas se elevan a la experiencia, el género humano tiene, para conducirse, el
arte y el razonamiento.
En los hombres la
experiencia proviene de la memoria. En efecto, muchos recuerdos de una misma
cosa constituyen una experiencia. Pero la experiencia, al parecer, se asimila
casi a la ciencia y al arte. Por la experiencia progresan la ciencia y el arte
en el hombre. La experiencia, dice Polus, y con razón, ha creado el arte, la
inexperiencia marcha a la ventura. El arte comienza, cuando de un gran número
de nociones suministradas por la experiencia, se forma una sola concepción
general que se aplica a todos los casos semejantes. Saber que tal remedio ha
curado a Calias atacado de tal enfermedad, que ha producido el mismo efecto en
Sócrates y en muchos otros tomados individualmente, constituye la experiencia;
pero saber que tal remedio ha curado toda clase de enfermos atacados de cierta
enfermedad, los flemáticos, por ejemplo, los biliosos o los calenturientos, es
arte. En la práctica la experiencia no parece diferir del arte, y se observa
que hasta los mismos que sólo tienen experiencia consiguen mejor su objeto que
los que poseen la teoría sin la experiencia. Esto consiste en que la
experiencia es el conocimiento de las cosas particulares, y el arte, por lo
contrario, el de lo general. Ahora bien, todos los actos, todos los hechos se
dan en lo particular. Porque no es al hombre al que cura el médico, sino
accidentalmente, y sí a Calias o Sócrates o a cualquier otro individuo que
resulte pertenecer al género humano. Luego si alguno posee la teoría sin la
experiencia, y conociendo lo general ignora lo particular en el contenido,
errará muchas veces en el tratamiento de la enfermedad. En efecto, lo que se
trata de curar es al individuo. Sin embargo, el conocimiento y la inteligencia,
según la opinión común, son más bien patrimonio del arte que de la experiencia,
y los hombres de arte pasan por ser más sabios que los hombres de experiencia,
porque la sabiduría está en todos los hombres en razón de su saber. El motivo
de esto es que los unos conocen la causa y los otros la ignoran.
En efecto, los
hombres de experiencia saben bien que tal cosa existe, pero no saben porqué
existe; los hombres de arte, por lo contrario, conocen el porqué y la causa. Y
así afirmamos verdaderamente que los directores de obras, cualquiera que sea el
trabajo de que se trate, tienen más derecho a nuestro respeto que los simples
operarios; tienen más conocimiento y son más sabios, porque saben las causas de
lo que se hace; mientras que los operarios se parecen a esos seres inanimados
que obran, pero sin conciencia de su acción, como el fuego, por ejemplo, que
quema sin saberlo. En los seres inanimados una naturaleza particular es la que
produce cada una de estas acciones; en los operarios es el hábito. La
superioridad de los jefes sobre los operarios no se debe a su habilidad
práctica, sino al hecho de poseer la teoría y conocer las causas. Añádase a
esto que el carácter principal de la ciencia consiste en poder ser transmitida
por la enseñanza. Y así, según la opinión común, el arte, más que la
experiencia, es ciencia; porque los hombres de arte pueden enseñar, y los
hombres de experiencia no. Por otra parte, ninguna de las acciones sensibles
constituye a nuestros ojos el verdadero saber, bien que sean el fundamento del
conocimiento de las cosas particulares; pero no nos dicen el porqué de nada;
por ejemplo, no nos hacen ver por qué el fuego es caliente, sino sólo que es
caliente.
No sin razón el
primero que inventó un arte cualquiera, por encima de las nociones vulgares de
los sentidos, fue admirado por los hombres, no sólo a causa de la utilidad de
sus descubrimientos, sino a causa de su ciencia, y porque era superior a los
demás. Las artes se multiplicaron, aplicándose las unas a las necesidades, las
otras a los placeres de la vida, pero siempre los inventores de que se trata
fueron mirados como superiores a los de todas las demás, porque su ciencia no
tenía la utilidad por fin. Todas las artes de que hablamos estaban inventadas
cuando se descubrieron estas ciencias que no se aplican ni a los placeres ni a
las necesidades de la vida. Nacieron primero en aquellos puntos donde los
hombres gozaban de reposo. Las matemáticas fueron inventadas en Egipto, porque
en este país se dejaba un gran solaz a la casta de los sacerdotes.
Hemos asentado en
la Moral la diferencia que hay entre el arte, la ciencia y los demás
conocimientos. Todo lo que sobre este punto nos proponemos decir ahora, es que
la ciencia que se llama Filosofía es, según la idea que generalmente se tiene
de ella, el estudio de las primeras causas y de los principios.
Por consiguiente,
como acabamos de decir, el hombre de experiencia parece ser más sabio que el
que sólo tiene conocimientos sensibles, cualesquiera que ellos sean: el hombre
de arte lo es más que el hombre de experiencia; el operario es sobrepujado por
el director del trabajo, y la especulación es superior a la práctica. Es, por
tanto, evidente que la Filosofía es una ciencia que se ocupa de ciertas causas
y de ciertos principios.